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viernes, 12 de agosto de 2022

Nunca quise llevar la razón

Me has repetido muchas veces que tengo razón, que me has destrozado. Leerlo de ti es incluso más duro, como si me atravesara un cuchillo por todo el estómago. Duele más leértelo a ti porque eres la misma persona que me decía que me quería. 

Te dije que te admiraba, pero ¿se puede admirar a una persona que solo mira por sí misma?

Dijiste que me cuidarías, pero esto se siente todo lo contrario a eso. No sabes lo que es vivir con la incertidumbre de si llevas "demasiado tiempo tratándome bien". No sabes lo que es que te corten las conversaciones por las noches, mientras lloras desconsoladamente. No sabes lo que es sentir que la cagarías, mientras esperas un poco de buen trato. Aunque solo sea por unan vez.

Me he conformado con las migajas a cambio de todo. Y, ahora, me has dejado sin nada. Me has dejado vacía de todo lo bueno que yo tenía y envenenada hasta los topes. Se supone que no me abandonarías y no has dudado en en hacerme saber que me venderías a la primera puja. 

Me prometiste que lo celebraríamos y te enfadaste conmigo por dudar, pero te buscaste tu propia celebración. Una de la que yo salía echa trizas. Todavía recuerdo mi cara de gilipollas aquella tarde que buscaba funkos para ti. Acabé el dichoso trabajo pensando que todo el dolor que estaba pasando podía merecer la pena si pasaba una única noche buena a tu lado. 

Creo que nunca quisiste buscar una solución. Me has enseñado que las palabras no significan nada para ti y que los actos no están en tu pensamiento, sobre todo si son de los buenos. 

Me has roto tantas veces que pensaba que, alguna vez, me tocaría ser el jarrón bonito, el que escogen, del que presumen y miran con delicadeza. Un jarrón del que haces todo lo posible para que no sufra ningún rasguño. Un jarrón al que le pones flores bonitas y lo colocas en un lugar ameno de la casa. 

Ahora te molesta hablar de tu ex, te molesta que yo esté rota, pero ¿y todas las veces que yo lo hice por ti? Todo el tiempo que te entregué, te di toda mi atención, aunque el tema me dañase a mí también. Me pasé meses pegada al móvil, velando por tu interés, aconsejándote y dándote todo mi cariño. Nunca me cansé del tema porque sé que cuando alguien está dolido necesita que le mimen y sentirse escuchado. Estar ahí, sin juzgar, sin cronos, sin tiempos. Sin condiciones. 

Supongo que pedía demasiado cuando quería ir al cine, supongo que el gimnasio no podía esperar cuando más frágil me sentía. Todo lo que necesitaba era un abrazo.

Supongo que un mensaje de apoyo puede suplir un mes de espera, como quien mira la ventana esperando su turno, esperando ser lo suficientemente importante para que le dediques un poco de tiempo. 

Me arrepiento de haber salido de rehabilitación pensando que si te hablaba a ti me sentiría un poco menos desgraciada. 

¿Soy la persona que ahora se tiene que leer libros de psicología para poder salir de esta espiral de desolación?  

Si algo tengo claro es que no soy la persona con la que aprendes a querer mejor a otras. Soy la persona a la que has pisoteado, a la que le dijiste que no querías sumar más lastre en su mochila, a la que le has tenido que pedir perdón mil veces porque nunca estabas dispuesto a cambiar. Nunca de verdad. Has seguido reincidiendo porque eso es lo que valía para ti. Nada. No valía nada. 

Si alguna vez te lo preguntas, la mochila no la puedo levantar del suelo. 

Nos pusiste fecha de caducidad, me lo repetías una y otra vez, como si fuese un pasatiempos cuya finalidad era un entretenimiento que se acabaría cuando ya no soportara las consecuencias de estar a tu lado. 

Dijiste que era tu mejor amiga, la persona a la que más cosas le habías contado y, ahora, son mis lágrimas las que llevan tu nombre. Me has hecho sentir la mayor soledad de todas. No me arrepiento de haber puesto mi corazón porque así es como lo sentía, pero me ha salido muy caro.

De todas las veces en las que nunca quise llevar la razón, esta es la más dolorosa. 



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